¿Qué es el Sufismo?
LA SENDA ESPIRITUAL (Tariqat)
La senda espiritual (tariqat) es la vía por la cual el sufí llega a la armonización con la Naturaleza Divina. Como se ha dicho anteriormente, esta senda consiste en la pobreza espiritual (faqr), la devoción y el continuo recuerdo de Dios sin pensar en uno mismo (zekr), representados por la vestidura espiritual (jerqah).
1. Pobreza espiritual (faqr)
La pobreza espiritual es el sentir la propia imperfección y la necesidad de la búsqueda de la perfección. Los sufíes para demostrar la validez de sus opiniones se han apoyado en los libros sagrados, en las tradiciones proféticas y sagradas (hadith), y en las palabras de los amigos de Dios (oliyā), quienes, en opinión de los sufíes, son la imagen de la perfección humana. Por ejemplo, el Profeta, refiriéndose a la pobreza espiritual, dice: «La pobreza es mi honor, y añade: «He sido honrado sobre los demás profetas con Pobreza Espiritual». Y Dios, dirigiéndose a su Profeta, le dice: «Di: ¡Oh Señor!, aumenta mi ciencia de Ti». (Qor’an, Sura 20, Aleya 114). Esta aleya indica que aun el Profeta, con su misión divina, tenía que buscar y desear más cercanía a la Unión divina.
2. La vestidura espiritual (jerqah)
El jerqah es la vestidura de honor de los derviches (sufíes), y representa las cualidades y Atributos divinos, a los que se conoce como el manto, o la vestidura del derviche. Sin embargo, no debemos caer en el error de quienes creen en la existencia de una especie de vestido (tal como se deduce del significado literal del jerqah) o de objetos (como el anillo de Salomón) que transforman a quien los encuentra en un hombre perfecto. Tales creencias son absolutamente erróneas; la humanidad y la perfección del ser humano son otra cosa totalmente distinta, y la ropa no tiene el más mínimo efecto sobre ellas. El sufí puede ponerse lo que quiera, siempre que esté en armonía con las costumbres y las reglas de la sociedad. En este aspecto ‘Ali dice: «Vístete de manera que ni seas señalado, ni humillado por la gente».
No es la ropa lo que hace de uno un sufí, sino sus actos y su estado interior. El poeta sufí Sa’di dice:
Reposa si tú quieres sobre tu propio trono,
pero puro en tus actos, lo mismo que un derviche.
He aquí la interpretación gnóstica del jerqah. Dos cosas esenciales se necesitan para coser esta túnica: la aguja de la devoción y el hilo del continuo recuerdo de Dios, o (zekr). Quien aspire a ser honrado con la túnica de la pobreza, debe entregarse a través de su devoción (erādat)a un maestro espiritual. La devoción atrae el corazón hacia el Amado, y la realidad de la devoción es la constancia en mantener la atención fija en Dios y la renuncia al placer. El viajero (sālek) debe obedecer a su maestro sin buscar el «porqué» y el «cómo» de nada. El maestro, con su fuerza interior, penetra en la profundidad del alma del discípulo, le despoja de sus cualidades negativas y elimina en él las impurezas adquiridas en el mundo de la multiplicidad. En otras palabras, el maestro toma la aguja de la devoción de la mano del discípulo y, con la ayuda del hilo del continuo recuerdo de Dios (zekr), cose a la medida del discípulo la túnica del sufismo, que no es otra cosa que los Atributos y Nombres divinos, para que, por la gracia de esta túnica, el discípulo se transforme en un ser humano perfecto.
3. El continuo recuerdo de Dios (zekr)
La Unicidad Absoluta posee fuerzas que, por medio de su Divinidad (Olohiyat), son transmitidas a todo lo creado; y cada criatura, de acuerdo a su aptitud y capacidad innatas, se beneficia de ellas. A las imágenes o a la manifestación de estas fuerzas o verdades se alude con palabras, tales como El Viviente, al-Hayy, que significa que la energía vital de toda la creación depende de Él; el Trascendente, al-‘Ali, que significa que la fuerza del universo le pertenece a Él. Es preciso aclarar que la mera repetición de los zekres, los Nombres divinos, sin la debida atención, en su sentido interior no da resultados eficaces. Durante la invocación de los Nombres divinos, es preciso concentrar todas las facultades en su significado y en su realidad.
El maestro de la senda espiritual, para curar a su discípulo de las enfermedades o apetitos sensuales, le recomienda esta medicina conocida como zekr. Como hemos dicho anteriormente, la repetición de estos Nombres divinos sin la atención debida a su sentido, es absoluta idolatría y no conduce al discípulo a ningún sitio. El viajero debe, mediante el enfoque de su atención en la realidad interior de estos Nombres, purificarse, adornándose con los Atributos divinos.
Magrebí dice:
Durante tanto tiempo se sentó, cara a cara, el Amado
con mi anhelante corazón,
que éste se transformó del todo en Él.
Sólo así, puede la invocación del Nombre divino con todas sus características ser llamada zekr, continuo recuerdo de Dios.
El discípulo se asemeja a una máquina cuya energía viene de la devoción. Esta máquina, a través de la ayuda preciosa del zekr, transforma los apetitos sensuales en ética y en virtudes. De esta forma, poco a poco, los apetitos sensuales del viajero se reducen y se incrementan en él las virtudes, para así volverse, poco a poco, digno del jerqah, el manto espiritual, iluminándose su corazón y su alma con la gracia de la luz de los Atributos divinos. En este momento es cuando se hace merecedor de entrar en el círculo sagrado de los sufíes, conocido como La Taberna, (jarābāt). Este es el estado de quienes han alcanzado el anonadamiento del alma en Dios (fanā). En este estado el sufí percibe directamente los misterios de la Verdad Absoluta. Como dice el Qor’an: «Solo los puros pueden percibir la Verdad» (56,79). En el sufismo, los puros son llamados los seres perfectos.
Para mostrar cómo se lleva a cabo la práctica del zekr, les voy a hablar de uno de los zekres, la frase: «La ellāha ellal-llāh» («No existe más Dios que Dios», o, «No hay otra Divinidad más que Dios»).
El sufí, para comenzar este zekr, continuo recuerdo de Dios, se sienta con las piernas cruzadas, flexionadas horizontalmente, o sobre sus talones, la mano derecha descansando sobre el muslo izquierdo y la izquierda sobre la muñeca derecha. Sentado en esta posición, las manos y las piernas de la persona forman la figura «LA» (), adverbio de negación en árabe. De esta forma el sufí muestra su no-existencia frente al Bienamado. En este estado, el discípulo debe olvidarse de este mundo, del mundo del más allá y de sí mismo. La figura «LA» () empieza en el ombligo y termina alrededor del cuello, simbolizando así unas tijeras que cortan la cabeza de los apetitos y las pasiones. Luego, se ocupa en el recuerdo de Dios de la forma siguiente: pronunciando ellāha (más Dios), mueve la cabeza y el torso hacia la derecha, trazando un arco, que es llamado «el arco de la contingencia» (qos-e emkān). Con este movimiento el discípulo niega todo lo que no es Dios, y que en el sufismo se conoce con el nombre de emkān, lo contingente. En otras palabras, la expresión «lo que no es Dios», o, «otro que Dios», hace alusión a toda existencia efímera, limitada y posible, El ser humano enfocando la totalidad de su atención en lo contingente, no es capaz de percibir la Realidad absoluta.
Luego, pronunciando ellal-llāh (que Dios), recorre, a la inversa, el mismo semicírculo moviendo la cabeza y el torso hacia la izquierda trazando otro arco que se llama, «el arco de lo Imprescindible» (qos-e woŷub). Con este movimiento, el discípulo manifiesta la existencia del Ser absoluto. Este zekr representa que todo lo creado está sujeto a la desaparición, a la aniquilación, y que lo único que es eterno es el Ser absoluto.